LEADER SCOTT. The Cathedral Builders, CreateSpace Independent Publishing Platform, 2016, 504 p.
ISBN: 978-1533321251
En la mayoría de tratados de historia del arte italiano se constata la existencia de un gran paréntesis que comprende varios siglos, entre el antiguo arte clásico de Roma -que se encontraba en decadencia cuando el Imperio occidental cayó en el siglo V después de Cristo- hasta el auge artístico en el siglo XII que condujo al Renacimiento.
Se supone generalmente que este hiato es un momento en el que el arte estaba completamente muerto y enterrado, un cadáver con vestidos bizantinos que yacía embalsamado en su tumba en Rávena. Pero toda muerte no es más que el germen de una nueva vida. El arte no era un cadáver, era sólo una semilla, establecida en suelo italiano para germinar, y abrió varias plantas antes del gran período de reflorecimiento del Renacimiento.
La semilla sembrada por las escuelas clásicas formó el vínculo entre éstas y el Renacimiento, al igual que las lenguas romances de Provenza y Languedoc forjaron el enlace entre la extinto latín clásico y el surgimiento de las lenguas modernas. Ahora bien, ¿dónde vamos a buscar este vínculo? En el lenguaje lo encontramos justo entre los imperios romano y galo. En el arte parece también estar en esa zona fronteriza de la Lombardía, donde los Magistri Comacini, un gremio medieval de canteros, mantiene viva en sus tradiciones la semilla del arte clásico, formándose lentamente a través de las formas románicas hasta el gótico, y después hasta el pleno Renacimiento.