Joan Valero

Ilaria Maior. Storia e alterna fortuna del capolavoro di Jacopo della Quercia

MARCO PAOLI. Ilaria Maior. Storia e alterna fortuna del capolavoro di Jacopo della Quercia, Pacini Fazzi, 2016, 98 p.
ISBN: 978-8865505373

Era una antigua costumbre, alrededor de la mitad del siglo pasado, que los niños fueron llevados por sus madres para admirar la más antigua de las madres de Lucca, fallecida justo después de los dolores de parto; y fue de este modo que el arte y la belleza entraron en el imaginario de los niños de Lucca.

Ilaria se prestaba, en efecto, con su perfección estética y el lugar que ocupaba en la catedral, a pocos pasos de la capilla de la Santa Faz, para representar la fusión de lo bello y lo sagrado que la cultura popular había acogido sin ningún tipo de embarazo.

Pero no siempre fue así para la dama de piedra de Lucca. En un principio, apenas colocada ante el Guinigiano altar de la catedral, solamente sería admirada por aquellas personas que no soportaban el gobierno del consorte, y era probable que a algunos no les hubiera gustado su invasiva presencia cerca del altar del Sacramento.

La claridad formal y la belleza del monumento despertaban la admiración entre las personas que transitaban por ese sector de la catedral, con la sensación de encontrarse ante la juventud detenida por la muerte. La novedad de la obra haría el resto: el cuerpo de la mujer tendida en un sarcófago completamente diferente a las tumbas medievales que los habitantes de Lucca podían ver en las iglesias de los franciscanos, dominicos o en el cementerio de Santa Catalina; no por la cruz arborescente, ni por el escudo heráldico tallado en los extremos, ya presente en las arcas de Guidiccioni en Santa Caterina, sino por la doble procesión de querubines alados, cargada con opulentos festones de flores y frutas, situados a ambos lados del sarcófago. Diez pequeños guardianes del reposo de Ilaria que nadie en los tiempos modernos, ni en Lucca o en cualquier otro lugar, nunca habían visto entrado en un monumento sepulcral, y que entonces, por primera vez, había roto el milenario confín de la antigüedad clásica.

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